Las familias espartanas abandonaban a sus propios hijos a merced del frío y la soledad, en lo alto de la montaña, a fin de forjarles el carácter y hacerles surgir el crudo instinto de la supervivencia. Sólo unos pocos sobrevivían. El pasado domingo nuestro cancerbero (etimológicamente perro de tres cabezas que guardaba la puerta de los infiernos), nuestro portero, nuestra salvaguarda ante el fusilamiento rival, el gran Rodrigo, nos abandonó en plena ola de frío a merced de las huestes enemigas, en el infame potrero de Avenida de Burgos, que ve en estas inclementes temperaturas crecer los charcos de agua gélida y negruzca, la punzante escarcha y las ocultas láminas de hielo que asolan el fútbol y convierten cualquier partido en una competición de deslizamiento sobre las propias posaderas.
La impracticable pista de hielo que escenificó nuestra última victoria fue también testigo de una de las gestas más arduas y absurdas que se recuerdan en mucho tiempo. En un ejercicio de estupidez, cuando no de fecunda subnormalidad, dejamos que los delanteros rivales se adelantasen por dos veces ante nuestra mirada contemplativa y ociosa. Jorge, con un seco, inesperado e impropio chutazo, sorprendió a las filas rivales y sobretodo a las propias marcando un gol que supuso nuestra paupérrima honrilla antes del descanso. El espectáculo dantesco que ofrecimos en la primera parte será mejor obviarlo, baste decir que nuestro cierre real (Carlos Schady) practicó el absentismo físico, mientras que sus plausibles sustitutos practicamos directamente el absentismo psicológico, dejando que nuestra vergonzante desconcentración dejara al también improvisado portero de turno sempiterna y cinematográficamente sólo ante peligro.
Durante el descanso gritos y discusiones, una marea humana de reflexiones que nos levantó hasta la categoría mental propia de los líderes del distrito. Salimos como bestias, o al menos como una panda de cervezeros bien organizados, y en la primerísima jugada una presión asfixiante se resolvió en gol a nuestro favor en el corto espacio de treinta segundos. Presión en campo rival, robo de balón y de autoestima, balón al
crack Guille, codo de Guille gestando un hueco, balón cruzado, raso, GOL.
A partir de ahí Intocables recompuso su estilo: despligue físico, orden y caos a partes iguales, ventaja en el juego y el marcador. Primero Guille, implacable desde la línea de penalty, y después Jaime, tan escaso de puntería como de estilo pero en cualquier caso insistente, percutieron bajo la lluvia las mojadas redes rivales. Nuevo triunfo a la buchaca, líderes matemáticos aún para la próxima jornada de descanso. Gloria a los hijos de la historia, triunfo de los azulones ayer verdones, pesadilla de daltónicos.
En el lado negativo las múltiples contusiones y el despeinado imperdonable provocado por tanta caída.
En el lado positivo la furia sin descanso de Pablo, que vino constipado y lastrado por la fiebre a labrarse un hueco en la eternidad con su lucha contra el frío, la lluvia y la derrota.